No había en Soto horno comunal. Por eso la mayoría de las casas tenían su horno propio para cocer las hogazas o tortas (rara vez bollos) de pan. Para ganar sitio o para evitar incendios muchos de estos hornos -ubicados habitualmente bajo el tejado- volaban sobre la fachada: son las panzas que sobresalen apoyadas sobre maderos. No tenían chimenea; era la boca su única apertura y la salida de humos estaba sobre ella dentro de la casa.
También vuela sobre la fachada de la foto un elemento original: un retrete que había conseguido reducir el gasto de agua a cero. Apoyado en dos pequeñas zancas, estaba formado por tres estrechas paredes y un tejadillo. Eso por fuera. Dentro, una fuerte tabla con un agujero en forma de círculo de diámetro apropiado a las circunstancias, y a través del cual se veía el barranco, formaba una especie de trono. No se decía lo de ¡Agua va! porque era algo más. No se llamaba nunca al fontanero; y no hacía falta ambientador porque entre el susodicho agujero y la pequeña chimenea que hay en el tejadillo se establecía una corriente de aire que lo hacia innecesario. Retretes de este tipo sólo eran posibles, claro, en las casas que hundían sus cimientos en el río o en el barranco. Por razones obvias, en las demás estaban prohibidos, salvo que diesen al corral.