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Juegos tradicionales
Muchos de estos
juegos estaban unidos a los recreos de la escuela. Y todos ellos
suponían una población infantil numerosa. Por eso, al disminuir
los habitantes y desaparecer las escuelas, la mayoría de estos juegos
sólo viven en el recuerdo de las personas que los practicaron.
Hace falta
tiempo (y memoria en algunos casos) para poner por escrito las normas que
los regulaban. Pero es nuestra intención ir completando y desarrollando esta relación con la ayuda de
quien quiera prestarla.
Era un juego sin temporada fija. Aunque no era muy frecuente, era juego que se hacía a gusto
porque en él se apreciaban las habilidades que se tenían para correr y hacer fintas.
Se jugaba entre muchos. Uno o una "se la quedaba". Para ello había que donar o sortear de las
varias maneras que había para ello: pares o nones; los palillos; donar...
Una vez que ya estaba designado el que se la quedaba, los demás se ponían en círculo alrededor y
a unos tres o cuatro metros. El que se la quedaba elegía a uno/a de los demás, y al grito de "A por Fulano"empezaba a perseguirlo. El
Fulano solía ser uno de los que menos corrían A partir de este momento entre el perseguido y el perseguidor se suponía que había
un hilo. Los demás intentaban cruzarse entre ambos y si lo conseguía había roto el hilo y él era entonces el perseguido.
A veces el cruce no se hacía de manera voluntaria, sino que el perseguido te dejaba en medio y no te quedaba otro remedio que correr
y devolverle el favor en cuanto pudieras. Cuando eras pillado tú te la quedabas y volvía a comenzar el juego.
Era este un juego para el frío del invierno. Dentro de Portales no nos mojábamos, y a base de jugar
entrábamos en calor. La verdad es que un poco burros sí que éramos.
Consistía el juego, que podía jugarse a partir de tres jugadores, en apoyar -esconder- la espalda -costillas- en las
paredes o en los pilares de Portales, de modo que estuviesen bien ocultas. De lo contrario, cualquiera de los jugadores podía pegarte,
-con la mano abierta, eso sí,- todo lo fuerte que quisiera en la espalda.
Normalmente, el que se consideraba más hábil, o era más capaz de aguantar golpes, se quedaba
en medio. Entonces, los que esban apoyados en la pared intentaban cruzar y esconder las costillas en los pilares y de paso, dar un
buen golpe al que estaba en medio. Esto era aprovechado por los demás para hacer la misma jugada.
Normalmente, con toda la ropa que se llevaba en invierno el daño no era mucho. Sólo cuando todos
los golpes iban a dar en la misma persona -por lo que fuera- acababa alguno llorando.
La verdad es que no lo jugábamos mucho rato: al entrar a la escuela, antes de entrar a lo que
llamábamos clase de adultos, y en los momentos que estábamos jugando a otra cosa cualquiera y se ponía a llover y había que
refugiarse en portales.
A la ollera,
A la puchera,
Amagar
y no dar.
Dar sin reír,
Dar sin hablar.
Dar un pellizquito en el culo,
Y echar a volar.
Y mientras la "madre", que era la persona mayor que divertía a los pequeños, iba cantando esta
retahíla, todos los que jugábamos dábamos golpes en la espalda o en el culo de quien se la quedaba que estaba inclinado, apoyando
la cabeza en las rodillas de la madre que estaba sentada. Un golpe por la ollora, otro por la puchera, se amagaba y no se daba en los
dos siguientes, se daba sin reír y sin hablar. Si alguien se equivocaba, se la quedaba. En el penúltimo, en que se hacía lo que decía y
en el último en que todos salíamos corriendo.
Cuando la madre era una persona mayor, se respetaban las formas. Pero si era uno de nosotros,
los golpes eran golpes, y el pellizquito se convertía simplemente en pellizco o en retorcido.
-¿Suelto la jaula?- gritaba la madre.
-Suéltela usted- contestábamos todos. Y la madre:
-Pajaritos a esconder, que ¿la liebre? va a correr.
Y el que se la quedaba pretendía coger a cualquiera de los demás jugadores para que lo
sustituyese.
De vez en cuando, la madre gritaba:
-Dedo, dedo,- y levantaba un brazo y extendía un dedo. Todo jugador que agarrase el dedo
de la madre estaba a salvo. Si todos lo lograban, volvía a quedársela el mismo. Si cogía a alguno, era este el que se la quedaba.
De todos modos, cuando dirigía una persona mayor, el dedo siempre se bajaba cuando acudían los
que más corrían y los dejaba a merced. Si por el contrario se jugaba entre chicos, acababa siendo un suplicio para el menos hábil:
era el que se la acababa quedando siempre.
No era de los más frecuentes. Pero se pasaba bastante bien con él si no era mucho tiempo.
No había número determinado de jugadores pera para que funcionara debían ser por lo menos
cuatro o cinco. Se donaba y uno, o una, se la quedaba. Este se cogía la pelota, que era de goma o de lana, -no valía pelota de forros,
de las de jugar a mano-.
Todos los jugadores se ponían juntos y tocando al que se la quedaba. Este lanzaba la pelota al
aire y decía: "Una, dos y tres. Pies quietos." Mientras tanto todos los demás se habían alejado todo lo posible. Porque en el
momento en que se oía el "pies quietos" ya no se podía avanzar más.
Entonces el que se la quedaba intentaba dar con la pelota a uno de los otros. Si le caba,
pasaba a quedársela él y se volvía a empezar el juego. Si no daba a nadie era él mismo el que vovía a quedársela.
Tapabujero, lo llaman en Badarán;Tapullero en Villaverde de
Rioja;Taputero en Anguiano. Y como Tapabullero lo define el "Vocabulario Riojano" de Cesáreo
Goicoechea (Madrid,1961)
Lo jugábamos de pequeños. Cuando ya éramos grandecitos, de algún
modo nos parecía rebajarnos el jugar con el barro. Sin embargo, algunas veces quitábamos el barro a los
pequeños y les hacíamos una demostración.
Ganar el juego consistía en dejar sin barro al contrario o contrarios,
porque algunas veces jugábamos más de dos. El material era barro, cuanto más arcilloso, mejor. Y no
era tan sencillo encontrar barro bueno al lado de la Plaza, así que guardábamos nuestra pella de barro en
los agujeros de la Garita para poder utilizarlos en los recreos de la escuela. El mejor barro, siempre cerca
del pueblo, se sacaba del Herradero, donde está ahora la casa del médico.
Se amasaba bien la pella de barro y se modelaba una especie de
cuenco con las paredes más gruesas que el fondo -algunas veces me acuerdo del juego cuando como
volovanes- , y el que le tocaba por suerte el empezar, hacía la pregunta ritual: "Capullero, ¿se ve el
agujero?" Y se lanzaba el cuenco contra el poyo, de forma que la boca llegase con fuerza y lo más plana
posible. Al aplastarse, el aire que estaba dentro rompía el fondo del capullero y el contrario tenía que
taparlo con un trozo de su barro mientras el tirador decía: "Capullero, tapa ese agujero".
La habilidad había que demostrarla no sólo a la hora de tirar con
fuerza y bien para que el agujero abierto fuera lo mayor posible, sino que cuando tenías que tapar el
agujero del otro había que conseguir hacerlo con la lámina más fina que se pudiera para utilizar menos
barro propio. Y allí era el mojarse las manos en el pilón, echarse saliva en las manos o en los dedos y
restaurar como se pudiera el agujero. Después se cambiaba y así hasta que tocaba subir a la
escuela.
Eran los cromos unos dibujos de colores que se compraban en láminas troqueladas que se
recortaban. Los había de muchas clases. Muñecos, animales, flores,... Las chicas los guardaban en cajas de hojalata pequeñitas
que se podían guardar en el bolsillo.
Normalmente se jugaba de dos en dos, aunque a veces jugaban más.
Para jugar, primero se sorteaba quien había de empezar. En el caso de jugar más de dos, el orden
por el que tenían que intervenir en el juego.
Después, se colocaban en el suelo los cromos puestos en juego boca abajo, es decir, con la cara
dibujada vuelta hacia el suelo, y la primera jugadora golpeaba sobre ellos con la palma de la mano puesta en hueco y la retiraba
rápidamente. Los cromos a los que había logrado dar la vuelta con el golpe eran los que había ganado. Los que quedaban sin dar la
vuelta eran los que golpeaba la segunda jugadora. Y así hasta que se había dado la vuelta a todos los cromos. Después se volvía al
principio.
Otro modo de jugar era el que se describe como "Al Monto" en el juego de los santos.
Nadie sabía quién sacaba primero el aro. Pero lo cierto es que cuando llegaba el final de
septiembre, empezaban a aparecer. Y empezaban a sonar por las calles.
Los había de hojalata y de hierro. Los de hojalata eran los aros que reforzaban el fondo de los
baldes de lavar a los que se les limaba la junta para que no estorbasen a la guía. Los de hierro eran una circunferencia hecha de varilla
de hierro de unos cincuenta a sesenta centímetros de diámetro. Algunos estaban hechos de cuadradillo, pero eran peores porque
rodaban peor en las calles. Los aros de hierro tenían un sonido peculiar. Conocíamos quien andaba por la calle por el sonido del
aro.
La verdad es que los aros de hierro se heredaban. De los hermanos mayores o de los tíos. Y si era
bueno, y eso se sabía muy bien, se dejaba a los demás chavales dar una vuelta con el aro como un gran favor o a cambio de algo: un
atado de santos, unos deberes dejados para copiar,...
Al contrario de pelotas, santos, alfileres, platillos y demás, los aros no se podían llevar a la
escuela. Así que, aparte de llevarlos rodando a todos los recados que había que hacer, el asunto solía ser salir de la escuela, ir a
casa a buscar la merienda y el aro y volver a la Plaza, donde quedábamos todos.
El auxiliar para poder rodarlo era la guía. Hecha de alambre gorda o de varilla fina, consistía para
los aros de hierro en una especie de U alargada en una de sus ramas, distinta para diestros y zurdos, que se doblaba en ángulo recto
perpendicular al plano de la U. La longitud del mango dependía de la altura del propietario. Y al final, bien con un palo, bien doblando la
varilla sobre sí misma se hacía un agarradero para que encajase mejor en la mano.
Las de los aros de hojalata eran lo mismo pero mucho más ancha la U.
Puede parecer mentira a quienes conozcan las calles de Soto, sobre todo a quienas las hayan
visto empedradas y con los cancillos, pero he visto subir rodando el aro hasta la Virgen y bajar las escaleritas de la iglesia. La
habilidad que algunos tenían era casi circense. Lo que hacíamos todos era ir en grupo por la carretera, llegando hasta Terroba o hasta
la Dehesa de Trevijano, o a veces, echando carreras hasta la Cuesta del Cogote y volver, hasta el Hoyo Vallejo o por la carretera vieja
hasta la revilla.
Había que jugar en tierra blanda para que la navaja o el palo se hincase, por eso se jugaba cerca
del río. Consistía el juego en ganarle al contrario todo el terreno.
Se marcaba un rectángulo en la tierra y se partía por la mitad. Ese era el terreno de cada uno.
También se macaba la línea desde donde había que lanzar. Se sorteaba quién había de lanzar primero. Se intentaba clavar la navaja, o
un palo al que se sacaba punta, en el terreno del contrario. A partir de ese punto donde sa había hincado se trazaba una recta que
dividía el terreno del otro y se añadía al propio borrando la linea divisoria anterior. Se seguía tirando hasta que la navaja o el palo no se
hincaba en la tierra o lo hacía fuera del terreno del adversario. Entonces le tocaba a él y se procedía de la misma manera.
Como a medida que el terreno se iba haciendo máspequeño resultaba más difícil acertar en el tiro,
de antemano se quedaba en la medida mínima que mantenía viva la partida, y así se quedaba a un palmo, tres dedos míos, el tacón
etc. Si no cabía esta medida en el terreno se había perdido la partida.
También se podía complicar el juego haciendo el lanzamiento cogiendo la navaja o el palo por la
punta en lugar de cogerlos por el mango. Esto quedaba para los chicos mayores.
Para este juego dibujábamos en el suelo mediante dos líneas unos
caminillos largos y enrevesados, con quiebros curvas y todas aquellas formas que nos parecían. En
algunos lugares ,juntábamos las líneas y con otra raya marcábamos un triángulo, la reanudación del
camino empezaba con otro triángulo opuesto. Entre ambos o dibujábamos una sola línea, y era "el hilo" o
una serie de barras paralelas que eran "las barcas". De tramo en tramo se dibujaban unos rectángulos
que atravesaban el camino y que se marcaban con una X; eran "los seguros", el camino empezaba con
un rectángulo grande y acababa con otro que era "la meta".
El juego consistía en llegar el primero a la meta empujando el platillo
como en el juego anterior, sin salirse del camino. En el hilo, en el que a veces también se ponía algún
seguro, valía con que el platillo tocase la línea; en las barcas, lo mismo. Cuando el platilo se salia o te lo
sacaban del camino, había que volver al seguro inmediatamente anterior. Se sorteaba la salida y se
avanzaba en tandas de tres tiros por jugador.
Aunque a veces se apostaban platillos u otras cosas, normalmente
una perra chica, lo fundamental era la habilidad. Y casi siempre valía con haber ganado.
Jugar a la pelota era algo que se hacía todos los días. La pelota se podía llevar en el bolsillo a la
escuela y después utilizarla en el recreo, al salir o antes de entrar.
En esas horas, cuando había muchos chicos se jugaba a "salir del borde". Lo que ahora llaman
"primi". El dueño de la pelota sacaba y después cada una hacía lo que podía. El que "hacía mala" dejaba de jugar. Y así hasta
que sólo quedaban dos.
Cuando uno de ellos perdía, el que había logrado mantenerse hasta el final, decíamos que "tenía
dos". Todos los jugadores volvían al frontón, y se volvía a empezar. A partir de este momento los restos eran para el que tenía dos,
que podía perder una vez si salirse del juego.
Mientras, los pequeños jugaban en algún arco de Portales, donde la parte frontal del poyo hacía de
chapa. Los partidos -mano a mano, parejas o pareja contra trío- se solían jugar a otras horas.
Pero lo que más contaba era hacerse con una pelota. Pelota de forros, pelota de lana, pelota de
hilo. La pelota de forros se vendía en las tres o cuatro tiendas que había, pero apenas nadie podía comprarla. Los forros se
estropeaban y había que reponerlos.
Para ello se recortaban del mismo tamaño que los que se habían quitado, se remojaban para que
cedieran y se adaptasen a la forma de la pelota y se clavaban a esta con alfileres. Entonces empezaba el cosido. Había que meter la
aguja por debajo y sacarla por encima del cuero, hacer lo mismo con el otro cuero y tirar hasta que la costura quedase remontada. Se
recortaban los forros hasta que quedasen justos y se terminaba aplastando la costura con una perra gorda y dándole una mano de
grasa, para lo que se utilizaba el ombligo de los cerdos guardado desde la matanza.
Hacer una pelota desde el principio era un poco más difícil; había que buscar o hacer primero el
"pelluco", una bola pequeña como de dos a cuatro centímetros de diámetro. Lo normal entre los chavales era hacerla con tiras de
gomas de neumático de coche o de bicicleta -estas últimas eran las más corrientes- estirando y enrollando cambiando de dirección
para que quedase redonda; al terminarse cada tira, el extremo se metía debajo de lo ya enrollado para que no quedasen picudas. Los
mayores las hacían de tripas -intestinos de animales- y decían- pero nunca ví a nadie hacerlo y sí a muchos intentarlo- que lo mejor
era hacerlos de "mocos de abanto", una especie de alga o liquen que aparecía en los bordes de los caminos cuando llovía.
Después había que recubrir el pelluco de hilo o lana, dependiendo de lo dura que se quisiera hacer,
cambiando continuamente de dirección el errollado y cosiendo con puntadas de hilo toda la superficie de lo enrrollado; por último había
que probarla a ver si se picaba, es decir, si botaba derecha o se desviaba.
Conseguido el tamaño apropiado y probado que era redonda -que botaba bien- llegaba el momento
de forrarla, proceso que ya he citado.
El "juego llamado «la taba», que consiste en lanzar al aire una de ellas mientras se hacen ciertas
combinaciones con otras, interviniendo en el juego el lado de que caen las tabas".
Así define el juego el diccionario de Dª. María Moliner. Pero en Soto, a ese juego lo llamábamos "las tabas" y era juego específico de
niñas, que se jugaba con seis tabas y una canica de vidrio o de acero: el "pitón". Para jugar a la taba se empleaba una sola.
La taba es el hueso "astrágalo" que aparece en las patas de las reses. Tiene cuatro caras que
nosotros llamábamos carne, culo, güitos y correas. Güitos y correas son las caras más anchas de la taba y las que más veces
aparecen. Más difícil es que la taba quede en carne o culo. Hay una posición muy improbable, pero que si la tierra en la que se tiraba
estaba blanda, alguna vez se daba: la llamada "dominé", que consiste en que la taba quede apoyada en sus lados más estrechos.
En realidad, la taba, sólo servía como ruleta o dado, porque lo que se jugaba era o perras gordas y
chicas, a veces algún real y cuando jugaban los mozos pesetas. Pero entre los niños, generalmente, "santos".
Los "santos" eran las cubiertas de las cajas de cerillas. Había unas que valían uno, que eran las
que tenían es escudo en negro y rojo, de las cajas de las cerillas que tenían la cabeza negra y raspador de lija y las que valían dos,
que eran las de colores, con cerillas de papel encerado azul y cabeza blanca y con raspador suave. Un "atado" eran veinte santos. Se
solían recortar las cubiertas con dibujo y se metían en lugar del cajoncillo que lleva las cerillas; diecinueve y el de la cubierta que
servía de envoltorio.
Tener cincuenta atados en casa se consideraba ya una fortuna. Y muchas cerillas se debían
gastar, porque había quien tenía más de cien. Un atado era, al cambio, una perra gorda, diez céntimos, ahora que volvemos a
ellos.
Para jugar, se trazaba una línea raspada en un suelo de tierra. Uno tiraba la taba; era lo que
podríamos llamar la banca. Se hacían las apuestas: El que tiraba la taba apostaba con los demás. Un santo, dos,... un atado, cuatro
perras..., las apuestas quedaban en el suelo sobre la línea. De pie y desde una distancia convenida, dos pasos más o menos, tiraba la
taba, que debía rebasar la línea de las apuestas. Otro de los jugadores, a veces incluso uno que no apostaba, "el patatero", la tenía
que devolver con el pie. En la vuelta la taba también tenía que rebasar la línea. Si salían güitos o correas se volvía a repetir la jugada.
Ganaba la banca cuando salía carne y los apostantes cuando salía culo. En el caso de que saliera dominé, todo era para el
patatero.
Había tabas carneras y tabas culeras. Para que asentasen bien, se las limaba contra una piedra
arenisca. Normalmente, el que tiraba la taba tiraba con la suya, y procuraba sacar el máximo de carnes. Así que "eres peor que una
taba culera" era la frase para no querer a alguno en el equipo de otros juegos porque hacía perder. Si la taba, sin rodar por el suelo, es
decir, cuando se tiraba, quedaba carne se decía que la había plantado.
Había trompas y trompos. Las trompas eran -y son, porque aún se venden y los chiquillos las
bailan,- más panzudas y de madera de haya o de roble, con un rabillo de madera en la parte superior y un clavillo, púa o rejón de
acero en la inferior. El rabillo y la parte superior tintados de rojo. Se compraban. Los trompos eran mucho más largos, puntiagudos, sin
rabillo, de madera de encina,y se heredaban; pasaban de los hermanos mayores a los pequeños. No estaban teñidos, y el clavillo
solía ser un tirafondo al que se le limaba la cabeza y se afinaba posteriormente para que tuviera el menor roce posible.
Para bailar la una o el otro se utilizaba un cordel trenzado que se enrollaba a partir del clavillo, se
lanzaba y al desenrollarse el cordel se imprimía a la trompa un movimiento de rotación que continuaba en el suelo. Para que no se
fuera de los dedos el cordel, se ponía de tope en el extremo una moneda de real, que tenía un agujero en medio como las actuales
monedas de cinco duros, aunque más grande.
Se tiraba la trompa de tres modos: a lo bajo o a lo chica, al poder y a clavillazo. Había algunos tan
hábiles que la lanzaban al aire y la cogían en la mano bailando. Lo normal era que la tompa bailase en el suelo y que con la mano
extendida y abriendo los dedosla hicieses pasar a la palma de la mano para después volverla a dejar bailando otra vez. Eso decíamos
que era coger la trompa. Para ello se necesitaba, o era mucho mejor que la trompa girase tan rápidamente que apenas se moviera del
sitio; se duerme, decíamos. Si reecorría mucho treco, escarabajeaba, y si saltaba, repicaba.
El mero hecho de que bailara y durase más que las de los otros constituía una de los juegos que se hacían con ellas..Otro consistía
en coger la trompa en la palma y volverla a dejar bailando. Un tercero le añadía la dificultad de mover perras gordas entre unas rayas
que se pintaban en el frontón cuando devolvías la trompa al suelo después de haberla cogido, y que ganaba el que antes las
atravesaba.
El último juego- que no sé si lo era- lo llamábamos a abrir trompas. Los que jugaban lanzaban sus trompas y la primera que dejaba
de bailar era la que había que abrir. La volvía a lanzar cuando los demás estaban ya con las suyas preparadas, y una vez que estaba
bailando, los demás jugadores lanzaban las suyas a clavillazo intentando que diera a la otra con la idea de romperla. Aquí jugaban un
buen papel los trompos, que con su mayor peso y dureza eran capaces de romper las trompas de otros y aguantar los clavillazos de
los demás.
Las tabas era un juego al que solamente jugaban las chicas. Se
utilizaban seis tabas, a veces pintadas de distintos colores ,y un pitón- especie de canica de cristal o de
acero. Como el pitón tenia que botar solo se podía jugar en las escaleras de Portales , que eran, son, de
piedra pulida o en algún sitio -muy raro- donde el pitón diese un bote limpio.
Para jugar, las chicas se arrodillaban en la escalera de abajo o se
sentaban de lado; sacaban las seis tabas y el pitón de unas bolsitas hechas de tela que traían en sus
bolsos o cabases de clase, cogían las tabas entre las dos manos y las dejaban caer sobre el suelo.
Después se echaba el pitón al alto , y había que volver las tabas , una a una , dos a dos , o como se
pudiera y coger el pitón antes de que diese el segundo bote. Se volvía a echar al alto y se repetía hasta
que las seis tabas estuvieran en pecas o correas. Se volvían a echar las tabas y se repetía con hoyos o
güitos; después con culos y al final con carnes.
Se perdía la vez cuando o no se volvía ninguna taba o el pitón daba
dos botes. Entonces la opnente empezaba su juego. Cuando esta perdía , la primera jugadora volvía al
juego saltándose las fases que hubiera completado: "voy a hoyos" se decía, o a "carnes..."
Había algunas chicas tan hábiles que eran capaces de mover más de
una taba en cada bote o darles la vuelta completa ; lo más normal era, sin embarga que se fuese de una
en una y de lado en lado.
A veces se complicaba el juego recogiéndolas tabas después de
haber puesto todas en la misma posicón, o dando una palmada antes de mover las tabas, con lo que se
acortaba el tiempo que se tenía para moverlas.
Buen juego para entrar en calor. Se jugaba en la plaza y en el pórtico antes de entrar al rosario en
el mes de octubre y es parecido al que en otras partes se llama de "Las estatuas".
Uno o una "se la quedaba", y así como en otros juegos se echaba a suertes, en este lo más
corriente era aquello de "el último que llegue se la queda": todos salíamos corriendo y quien llegase el último a la puerta de la
escuela, la de abajo o a la puerta del huerto del pórtico era quien se la quedaba.
El juego consistía en que el que cuando el que se la quedaba tocaba a alguien este debía quedarse
parado, "encantado" hasta que otro jugador lo volviese a tocar y lo desencantase. El que se la quedaba tenía que atender a dos
frentes: por una parte tenía que seguir encantando a los demás y por otra, tenía que cuidar de que no le desencantasen a nadie. Labor
difícil.
El juego terminaba cuando todos los jugadores estaban encantados, pero eso no ocurría nunca.
Antes de esto ya todos nos habíamos cansado de correr o habían tocado "la salida" para empezar el rosario o habían llamado para
entrar en la escuela. Por cierto, recuerdo que la llamada era el golpear la barandilla del piso de las escuelas con la llave y se oía. De
eso doy fe.
Los santos, como puede verse en el juego de la taba, eran las cubiertas de las cajas de cerillas.
Las que yo recuerdo, de allá por los años cuarenta y cincuenta, venían fundamentalmente en dos tipos de cajas: una de ellas era de
cartón blanco en la que aparecía en una de las caras el escudo con el águila en negro y rojo, y que tenía las cerillascon cabeza negra
y rabo de hilo y cera. La otra estaba forrada de color; en una de las caras venía una ilustración- castillo, cuadro, monumento- y por la
otra una leyenda en que se explicaba el anverso. Las cerillas eran de papel encerado y tenían la cabeza blanca. Unas y otras se
encendían en un rascador de lija, que estaba pegado en las de color y hecho sobre el mismo cartón en las de blanco.Sólo valían
como santos las caras que tenían dibujo. Las del escudo valían uno y las de color, dos.
También valía dos la cubierta de otra caja de cerillas, mucho más rara, cuya cubierta era de
madera forrada de papel de seda morado con la bandera en el anverso. Las cerilla eran de palo y se encendían en un rascador como
los de ahora. Apenas si se utilizaban porque se rompían muy pronto. También se utilizaban, y se cambiaban por diez, una especie de
insignias que hacía El Auxilio Social en donde venía el escudo de una provincia, en color, o un traje regional.
Se jugaba de modos diferentes: Uno, descrito en el juego de la taba. Otro era "el monto". Consistía
en dejar caer o tirar desde una altura predeterminada, y la plaza estaba -está, aunque ahora menos- llena de poyos, escaleras o
rebordes como los de los pilares de Portales, la Estatua... Desde cualquiera de esos lugares se tiraba el santo ; el siguiente jugador
hacía lo mismo, y si su santo caía sobre el anterior,-lo montaba-había ganado.
Podían jugar varios jugadores, y había dos modalidades: "A montados", y entonces se ganaban tan
sólo los que quedaban montados por el santo ganador, y "a todos" donde el ganador se llevaba todos los santos que había tirados.
Como se podían perder muchos, se quedaba a cuantos había que reanudar el juego. Todos los jugadores debían tirar el mismo tipo de
santos, de uno o de dos. Naturalmente convenía ser el último en tirar y para establecer el orden se "donaba" o se sorteaba.
Otro modo de jugar era "El punto". Aquí se trataba de dejarlos lo más próximos a una raya pintada
en el suelo o a una pared, lanzándolos desde otra línea marcada en el suelo. Se ordenaban los jugadores por orden de aproximación ,
cogían los santos y los echaban al aire. Los que caían viéndose el anverso eran los que ganaba. Los restantes pasaban al segundo
jugador, que hacía lo mismo , y así hasta que todos lo santos tenían dueño.
Es el juego de la rayuela, tanganillo en Alava.
Se jugaba en Portales, también en el frontón, pero allí había que dibujar en el suelo con un "pinto",
-pedazo de yesón cogido en cualquier parte-. Y algunas veces con clariones o tizas de la escuela. En Portales no. El encementado
que había en aquella época se había hecho a tiras como de unos sesenta centímetros y quedaba entre ellas una pequeña grieta que
servía perfectamente para las divisiones. Sobre todo en el arco que está más próximo al puente del río. El que se cogían las mayores.
Tan sólo había que hacerle una raya en medio y escribir los nombres de los días de la semana. El jueves, que era la tira que quedaba
al lado del poyo, no estaba partida.
Había varios juegos: el más sencillo, por el que empezaban todas, -y todos cuando nos atrevíamos
a hacer el ridículo, porque éramos mucho menos hábiles que las chicas- consistía en lanzar la pita a la primera tira por la parte
derecha, - al lunes,- y a la pata coja -paticoja- ir pasándola empujando con el pie que se apoyaba en el suelo, al martes,
miércoles, jueves, donde se descansaba con los dos pies en el suelo y de allí volver por la parte izquierda pasando por el viernes,
sábado y domingo.
Si el asunto había ido bien se iba a martes; la pita había que lanzarla a la segunda tira y se
continuaba del mismo modo. Y así hasta el domingo.
Si se perdía, bien porque se pisaba la raya, bien porque la pita no caía en el sitio apropiado o
quedaba encima de la raya, empezaba otra jugadora, que reanudaba el juego donde lo hubiese dejado antes.
Otro juego consistía en lanzar la pita a la casilla correspondiente y pasar a la ida sin tocar la
casilla y recoger la pita al volver.
Las pitas consistían en piedras lo más lisas posible que se cogían en el río o en el barranco. Pero
había otra clase de pitas que daban más envidia; eran cajas de lustre para zapatos que se llenaban de barro para que pesaran. Su
forma hacía que fueran las más apreciadas.
"Tresnavíos". Así. Todo junto. Hasta que no me dijeron que por qué no describía los juegos que jugábamos de niños, no se me había ocurrido pensar en lo que decíamos -gritábamos- cuando jugábamos a tres navíos en el mar.
Era un juego raro. Algunas veces lo utilizábamos para separarnos un grupo de chicos de otro.
Como comienzo, los cabecillas "echaban pies" y así se formaban los dos grupos. Después había que echar a suertes qué grupo se la quedaba; a cara o cruz o a cerillas. Esto se hacía comúnmente en la plaza. El grupo al que le había tocado quedársela tenía que estar en la plaza hasta que los otros, después de haber salido corriendo, y ya a una distancia que les permitía no ser vistos, gritaban: "Tres navíos en el mar". "Otros tres en busca van", contestaban los de la Plaza, y salían tras de ellos.
El asunto consistía en volver a la plaza, o a donde se hubiese comenzado el juego, sin ser vistos por el otro grupo. Si se conseguía, el grito ritual era "En tierra pararemos". Por el contrario, si el grupo que se la quedaba veía a sus adversarios el grito era de "Tierra descubierta". Y se cambiaban las tornas.
La Placita, El Cascajar, la Calle Mayor, La Virgen, el Pórtico, la Calleja de San Antón, el Barranco,... eran recorridos normales. Y todas las callejas que van, -iban, muchas de ellas- de unas calles a otras.
Pero cuando lo que queríamos era el despistarnos, podíamos empezar en la Plaza, dar el grito de tresnavíos en El Cristo y acabar escondidos contando cuentos en la era de Canto Grande o en la alcantarilla de la carretera vieja después de haber pasado el río por la Peña Hueca.
Llamábamos platillos a las chapas de las botellas de gaseosa,
cerveza, etc. Íbamos a buscarlos al Toril, debajo del Casino, o a los bares de la carretera. Normalmente
aparecían doblados por el abrebotellas. Los enderezábamos como podíamos y el que quedaba más como
nuevo era el que empleábamos para tirar. Para que tuviera más peso lo rellenábamos de barro.
Había dos maneras de jugar con los platillos. En una de ellas se
dibujaba con tiza (pinto, yesón) un triángulo en el suelo y una línea como a unos tres metros . desde allí
había que tirar. Podían jugar varios jugadores, pero rara vez se pasaba de los cinco.
Los platillos que se apostaban se ponían dentro del triángulo dibujado
en la forma y lugar que el apostador quisiera: amontonados, en línea, en las esquinas, en el centro...
Había que sacarlos de allí mediante golpes dados con el platillo de tirar, este se golpeaba con el dedo
corazón haciendo arco con el pulgar. Algunos utilizaban el índice, pero con el corazón se hacía más
fuerza.
Se echaba a suertes el orden de tirada, y al que le tocaba el primero
hacía la tirada desde la raya marcada. El asunto era quedarse lo más cerca posible del triángulo. Si tu
platillo quedaba dentro del triángulo debías poner otro platillo más y no jugabas aquella vez. Cuando ya
habían tirado todos, se medía a ver quién estaba más cerca del triángulo -y aquí venían los líos-, y el más
cercano empezaba.
Con su platillo de tirar intentaba sacar los que estaban dentro del
triángulo, procurando que este no se quedara dentro. Si esto ocurría ponía otro platillo y quedaba fuera del
juego. Si sacaba alguno, lo ganaba y podía seguir tirando. Cuando en su tirada no lograba sacar ninguno,
era el siguiente el que seguía desde la posición de su platillo. Y así sucesivamente, hasta que todos los
platillos apostados habían desaparecido.
Se podía limpiar el suelo, soplando o con la mano, según se quedara;
pero no se podían retirar ni mover los platillos de los demás jugadores. Solo si se le daba con el propio, lo
que a veces se hacía para meterlo dentro del dibujo y quitarlo del juego. Dada la necesidad de que los
platillos corrieran por el suelo, prácticamente no se podía jugar a este juego mas que en Portales y en el
frontón.
Carmen Martín Gaite en "El Cuarto de Atrás" describe así el juego, a la vez que melancólicamente lo ve como figura del paso del tiempo:
.... Pasaba de una manera tramposa, de puntillas, el tiempo; a veces lo he comparado con el ritmo del escondite inglés, ¿conoce ese juego?
-No. ¿En qué consiste?
Se pone un niño de espaldas, con un brazo contra la pared, y esconde la cara. Los otros se colocan detrás, a cierta distancia, y van avanzando a pasitos o corriendo, según. El que tiene los ojos tapados dice: "Una, dos y tres, al escondite inglés", también deprisa o despacio, en eso está el engaño, cada vez de una manera, y después de decirlo, se vuelve de repente, por ver si sorprende a los otros en movimiento; al que pilla moviéndose, pierde. Pero casi siempre los ve quietos, se los encuentra un poco más cerca de su espalda, pero quietos, han avanzado sin que se dé cuenta. Jugábamos a tantas cosas en aquella plaza, a los dubles, al pati, a las mecas, al juego mudo, al corro, al monta y cabe, a chepita en alto; también había juegos de estar en casa, claro, de ésos sigue habiendo, pero los de la calle se están yendo a pique, los niños juegan menos en la calle, casi nada, claro que también será por los coches, entonces había pocos....
Para nosotros no era "un, dos tres, al escondite inglés", sino "un, dos tres, carabí". No sé si con b o con v, porque nunca lo he visto escrito. Pero sí, el, o la que se la quedaba, - después de haber donado- ponía el brazo en el poyo de Portales y echaba la cabeza sobre él. Los demás se ponían de pie en la piedra de las escaleras que dan a la Plaza. El avance había que hacerlo sin levantar los pies del suelo, arrastrándolos, y mientras que el que se la quedaba tenía la cara sobre el brazo.
Había sus riñas: que si no has dicho todo, que si lo has dicho mal, que sí que te he visto, que yo no me he movido... En realidad no era un juego para mucho rato porque casi siempre acababa mal. Pero valía para antes de subir a la escuela, hasta que el maestro daba con la llave en la barandilla de hierro de las escaleras, o en los recreos cuando llovía.
Lo que no recuerdo es quién perdía, aunque creo recordar que había dos variantes: en una de ellas, el que era visto tenía que volver al comienzo y perdía todo lo que había avanzado; en la otra, pasaba a quedársela él.